Hace algún tiempo, inspirada en una anécdota de vida en la hermosa ciudad de Mérida, escribí un cuentito al que titulé Castillos de Arena. Versa sobre una inolvidable mujer de edad ya avanzada con la que tuve una convivencia extraordinaria, y le dediqué ese cuento. Trata la narración –entre mezcla de realidad y fantasía– del dolor de esta linda-hermosa motivado por no haberse casado con el amor de su vida; y al final de su existencia guardaba ese recuerdo con tal tristeza y arrepentimiento que por eso le inventé esa historia. Ella no se casó con el hombre que había amado profundamente por cuestiones de racismo y clasismo, situación más que real en nuestro país, aunque lo neguemos mil veces. Hay ciertamente una discriminación que queremos ocultar inútilmente: los rasgos indígenas o netamente nacionales NO acaban de ser bien vistos por la sociedad que dicta lo que debe ser “inferior” y lo que debe ser “superior” o lo que debe ser “bonito” y “feo”…

El cuentito que comento se enmarca en esta última realidad, y quisiera contarlo –porque me parece que toca fibras muy sensibles del corazón de nosotras las mujeres– pero, antes, me voy a tomar la libertad de hacer unas muy breves reflexiones sobre el fenómeno de la segregación en nuestro país ya que vienen a colación no sólo por el cuento anunciado sino porque es el tipo de temas que nos permite reflexionar sobre nuestro entorno y lo que verdaderamente se halla en el fondo de él.

Para comprender a muy grandes rasgos el fenómeno del racismo y, por tanto, de los gustos físicos que de él se derivan, habría que considerar que todos los grupos sociales –a lo largo de la historia– han sido conquistados o han sido conquistadores, o ambas cosas, y ello suele dejar huella en la manera de la decoración o vestimenta del cuerpo humano. Existen varias muestras antropológicas de que el cuerpo se arregla para imitar a lo que se considera “superior”. Quizás por eso ahora muchos de nosotros nos hacemos mil figurines para replicar la imagen que consideramos “ejemplar”, que en nuestro inconsciente colectivo sigue siendo la del conquistador europeo. Esto lo sabe de una manera instintiva la publicidad que es la parte más superficial del consumo humano. De allí el bombardeo diario de un perfil de belleza y de superioridad (piel blanca, ojos claros, cabello y pestañas abundantes, estatura alta, complexión delgada) que se va incrustando en nuestros gustos y preferencias. La carga ideológica de estos mensajes es de tal magnitud que hoy día es literalmente imposible asociar el fenotipo netamente mexicano (moreno, baja estatura, pestañas y cabello poco abundantes, complexión gruesa) con “lo que todos deberíamos desear ser”…

Ante este dilema, cabría preguntarnos: ¿hay remedio? ¿Podremos algún día liberarnos de esta carga mental de que porque nuestros antepasados indígenas fueron doblegados por eso no debemos parecernos a ellos? Yo creo que la respuesta es sumamente difícil. Necesitaríamos de muchos más Octavios Paz –leerlos– y de más filósofos, historiadores, antropólogos, sociólogos, incluyendo poetas, que nos explicaran este trauma y nos ayudaran a superarlo. Mientras tanto, tenemos que vivir con esta realidad. Por lo menos cabría saber que existe y no negarla. Cabría sobre todo dejar de afirmar que NO nos perjudica porque nos perjudica, y bastante. Es probablemente (como le pasa a una persona cuando no se gusta y no tiene seguridad en sí misma) la principal causa que nos debilita, nos impide crecer, nos crea una barrera mental contra la que sólo podríamos luchar mediante una  nueva forma de pensar nacida desde el seno de las familias y ¡más concretamente! desde la mentalidad de nosotras las mujeres, forjadoras de los ciudadanos del futuro. ¿Por qué no empezamos –por ejemplo– por dejar de calificar “bonitos” a los niños blancos y “chistositos” a los que no lo son?…

Dentro de este contexto fue como la protagonista del cuento perdió a su amor verdadero llegando al final de sus días en medio de dolor, tristeza y desesperanza. Pero me voy a permitir contar esa historia en la siguiente entrega.

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Comentarios

  • Muchas gracias, Bety Zamora. A la mejor sí te va a gustar el cuentito porque es muy sensible. Nos vemos en la próxima entrega, je... ¡Un abrazo!

  • Muy interesante, estare pendiente  de tu publicacion, conoci una familia que solo se casaban con personas rubias y de ojos claros, bueno de todo hay en la viña del señor verdad, saludos afectuosos .-

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